Omar González Morales
19 de agosto de 2024 08:20
La identidad fronteriza, la sexualidad y la búsqueda de destino son el eje de la novela Los días y el polvo, del escritor Diego Ordaz Ramírez (Hidalgo del Parral, 1979), en la cual reflexiona sobre la identidad de una de los habitantes de esa ciudad fronteriza y las variadas condiciones que los rodean.
En entrevista con La Jornada, el autor habló sobre el reto de abordar Ciudad Juárez y sus contextos: frontera, migración, tráfico de personas, drogas, y el gigantesco desierto que se vislumbra en el horizonte. “En ese tiempo estaba obsesionado con Walter Benjamin, con la idea de pasear por el centro de mi ciudad, porque me parecía muy poderosa la idea de instalar un personaje que cristalizara su atmósfera, específicamente, del centro
Esa fue mi intención”, aseguró Ordaz Ramírez. Para el autor, la dualidad que se vive al recorrer los corazones de dos urbes tan próximas como Ciudad Juárez y El Paso, Texas, que fungen como dos núcleos siameses ubicados en zonas marginales entre los países, da pie a la multiculturalidad.
Los días y el polvo narra la historia de la relación epistolar y física entre Janeth, prostituta transgénero que vive en Ciudad Juárez, y Andrei, soldado estadunidense cuya permanencia en México es intermitente por sus labores militares.
Entre ellos hay más que sexualidad: es un tratado de dos realidades muy diferentes en las cuales coinciden en sueños, anhelos, deseos y la búsqueda de un refugio; todo, con el trasfondo de una ciudad oculta bajo el polvo del desierto chihuahuense.
“Se trata de una zona donde confluyen muchas voces; está llena de migración, las disidencias sexuales, los extranjeros, la otredad. Todo eso lo quise vincular mediante un personaje que recorriera las calles”, aseveró el escritor.
Esa fue mi intención”, aseguró Ordaz Ramírez. Para el autor, la dualidad que se vive al recorrer los corazones de dos urbes tan próximas como Ciudad Juárez y El Paso, Texas, que fungen como dos núcleos siameses ubicados en zonas marginales entre los países, da pie a la multiculturalidad.
Los días y el polvo narra la historia de la relación epistolar y física entre Janeth, prostituta transgénero que vive en Ciudad Juárez, y Andrei, soldado estadunidense cuya permanencia en México es intermitente por sus labores militares.
Entre ellos hay más que sexualidad: es un tratado de dos realidades muy diferentes en las cuales coinciden en sueños, anhelos, deseos y la búsqueda de un refugio; todo, con el trasfondo de una ciudad oculta bajo el polvo del desierto chihuahuense.
“Se trata de una zona donde confluyen muchas voces; está llena de migración, las disidencias sexuales, los extranjeros, la otredad. Todo eso lo quise vincular mediante un personaje que recorriera las calles”, aseveró el escritor.
A pesar de haber sido publicado hace 13 años, el relato mantiene el paso a los tiempos recientes: la violencia está a la orden del día, persisten el machismo y la inseguridad, y también aparecen los soldados. Además, es una clara crítica al periodo de militarización que se vivió en el sexenio del panista Felipe Calderón Hinojosa.
“El año 2011 fue el más terrible que puedo recordar, lo veía muy representativo con un western; era como yuxtaponer un plano de varias problemáticas. La verdad es que vivimos una realidad de película del medio oeste, pero fallida, todo más grave.”
En el libro, los personajes se resisten a la ciudad, se rebelan usando las cartas que se mandan como si fueran trincheras en las cuales pueden deconstruir su personalidad con total tranquilidad. Hay confesiones, sueños, pesadillas y miedos.
“Opté por una novela fragmentada, porque en nuestra vida lo primero que queremos es orden, pero acá es todo lo contrario. Brincar de un personaje a otro y romper la cotidianidad, sin quebrar la voz de los personajes”, refirió el escritor.
“La vida se extingue en algún momento, y esta reflexión llegó a mí como pensamiento ascético. ‘¿Cómo se llega a la conciencia de la fragilidad que hay en la vida, cuando enfrente tienes un pasado violento, donde el más fuerte era el que prevalecía?’ Sigo pensando en eso.”
Linderos del anonimato
Ordaz Ramírez asegura que la frontera es como un manto que permite el anonimato, desde los autos comprados en Estados Unidos (denominados chocolates), pasando por la poca regulación de ingreso de extranjeros y la falta de justicia característica de nuestro país.
Funciona como un muro de la moralidad: “aquí, la barrera entre libertad y libertinaje se vuelve muy difusa, un territorio muy frágil en el cual parecen existir estos dos mundos. Un ejemplo es cuando nuestra ciudad fue refugio para combatir la prohibición del alcohol en 1920, lo que dejó gran derrama económica.
“Somos una sociedad industrial y esencialmente maquilera; con las empresas estadunidenses tenemos una relación de amor-odio. Sabemos que nos lastiman con condiciones de explotación y se agotan nuestros recursos, pero también son necesarias; ahí entró que reciclemos mucha de la materia de los vecinos del norte y eso se filtra en nuestra identidad”, aseguró el autor.
“Esta urbe se siente como espacio desolado y desértico, como si constantemente estuviera en polución. Eso pasa a los que habitamos aquí: es como si el polvo nos carcomiera, nos vamos desdibujando como personas”, concluyó Diego Ordaz Ramírez.
Fuente: la jornada